Buscar este blog

martes, 24 de febrero de 2015

Chispa de luz


Ahora que está tan en boga hablar de vida en otros planetas, imagínate que decidiéramos ir a experimentar la vida en otro mundo y que una de las condiciones fuese inocularnos la creencia, falsa convendrían los autores de la idea, de que allí no hay oxígeno, por lo que habría que llevar trajes presurizados y escafandras que obviamente nos reducirían la movilidad. Nos acostumbraríamos, durante un tiempo. Incluso llegaríamos a creer que el traje es parte indisolublemente nuestra. Creeríamos que si el traje se estropea desaparecemos. Competiríamos por quien tiene el traje más avanzado, etc. Hasta que un día alguien, venido de la Tierra para resintonizarnos, se quitaría la escafandra y nos dijera que 'miráramos dentro'...demostrando (milagrosamente dirían algunos) que es falso que no hay oxígeno. Muchos, amnésicos de remate sin duda, lo tomarían por loco (si no es borrado previamente del mapa por quienes 'saben' de la mentira pero la ocultan convenientemente a sus intereses: del miedo).
Todos sentimos miedo cuando algo parece amenazarnos, cuando lo que habitualmente era fuente de 'seguridad' se torna amenazante. Los miedos, las fobias que nos atenazan en la vida son perfectamente acordes con el umbral de dolor al que haya tenido que enfrentarse uno en la vida. Por peculiar y personal que creas que es tu fobia todo se reduce al miedo a la carencia, al abandono, a no tener lo suficiente. La claustrofobia está, por ejemplo, íntimamente ligada a la situación límite de anoxia (falta de oxígeno) experimentada durante el parto, atravesando el canal uterino. Es un instante que puede ser eternizantemente doloroso si la dosis de epidural que recibió tu madre fue tal que sus musculatura quedó inhabilitada para ayudarte a 'atravesar el túnel'.
Todos los miedos se fundamentan en el rechazo a volver a vivir una situación dolorosa que ya se ha vivido con anterioridad. No se tiene miedo a los perros si nunca te han mordido...
¿Significa eso que nunca más creerás en el amor entre un hombre y una mujer si de niña un hombre abusó de tu libertad sexual? ¿Estás condenado a 'tener miedo' por el resto de la eternidad? Porque esa es otra: si crees que no hay nada más después de la 'muerte', ¿de qué tener miedo? ¿para qué enfadarse?. Enfadarse, dejarse arrastrar por la cólera, no es más que un estadio previo al pánico ante la inminencia del regreso a un recuerdo anclado en la memoria censurada, al canal uterino. Y un ascensor averiado desata fácilmente ese recuerdo inconsciente. También lo hace una situación de carencia financiera. Recuerdo el caso, consignado por la prensa nacional, de un epiléptico detenido por pinchar sistemáticamente los neumáticos de los vehículos de su vecindario. Una vez interrogado, el individuo en cuestión afirmó que su propósito era liberar el exceso de aire contenido el las ruedas. Un psiquiatra lúcido (lamentablemente son la excepción) descubrió que paranoia estaba íntimamente vinculada al trauma de ahogamiento vivido durante su nacimiento.
El Doctor Arthur Janov descubrió en 1970 en el transcurso de una de sus sesiones grupales con sus pacientes, lo que acabaría acuñando como GRITO PRIMAL. Desde entonces en su clínica se ha dedicado a ayudar a 'desatascar los nudos' emocionales que sus pacientes no han podido enfrentar en soledad (la soledad de un parto abrumadamente doloroso), frente a los que se vieron impotentes.

La lucha extenuante por salir al mundo y liberarse de un ahorcamiento casi fatal con el cordón umbilical conduce a dos modus vivendi, dos formas paradigmáticas de enfrentar la experiencia vital: lucha o derrota. Los primeros pertenecen a ese grupo de humanos 'hechos a si mismos', fieles servidores del progreso a toda costa. Rehuyen los sentimientos. No les verás desfallecer (salvo cuando finalmente sufren un ictus cerebral o un infarto de miocardio). A menudo hablan de que 'no hay que perder el norte'. Idolatran al norte con todas sus connotaciones. Y detestan las actitudes sumisas (sin embargo por paradójico que sea, siempre se emparejan con personas 'depresivas'. Los extremos siempre se tocan…
Lo segundos por el contrario, ya lo habrás deducido, son los depresivos, aquellos que se resignaron. Aquellos para los que el canal uterino supuso una situación irremontable, aunque finalmente sobrevivieron al trauma, optan por sobrevivir victimizándose (y obviamente aprendiendo a extraer jugo de ese papel autoimpuesto).
Todos son víctimas de su doloroso tránsito. Quien tuvo un parto fácil, sencillo, envuelto de amor, sosiego, calor, sonrisas, palabras bonitas, música agradable, agua tibia, inmediatamente en contacto con la piel de mamá y los latidos de su familiar corazón, no tiene nada que temer a la vida. Vivir es para ellos lo que debería ser para todos: una experiencia fascinante.
No hay nada que temer salvo a revivir el dolor. Pero el dolor no mata. Nadie ha muerto de dolor. Sí, sin embargo, de evitarlo. Esa es es el lastran esfuerzo, la mortal lucha por huir de la escena del 'crimen', la única y verdadera muerte. Dicen muchos que temen a la muerte. En realidad temen volver a vivir el dolor del nacimiento. La muerte como la conocemos en realidad es puro placer, es precisamente eso que experimentamos cuando vemos a un recién nacido.

No estás condenado al miedo. Por descabellado que suene, tener miedo es una opción una elección.
La vida es un proceso expansivo. Eres una chispa de la eterna luz que todo lo impregna. Sólo el miedo puede ensombrecer esa realidad. Y tener miedo es una decisión voluntaria fruto del regalo más grande que te ha sido concedido: el libre albedrío. El miedo es la opción que escogiste, que escogimos todos, experimentar. Esencialmente miedo a vivir.

1 comentario:

Si lo deseas puedes compartir algún comentario...