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miércoles, 14 de enero de 2015

Desenmascarando el orgullo (I)

Wikipedia define al "Azar ontológico" como "los procesos que, en determinados ámbitos, se revelan irreductiblemente espontáneos y aleatorios, independientes del avance del conocimiento". Qué le vas a hacer. Wikipedia es así...
Vayamos ahora a la definición de espontaneidad: La espontaneidad se define como el conjunto de acciones irrazonadas presente en el comportamiento humano. Así, ésta resulta de la manifestación de los instintos como opuesta a la razón y por lo tanto es un concepto aplicable únicamente a los humanos, puesto que en comportamientos no humanos no existe el antagonismo entre razón y pasión. En una definición más excluyente, la espontaneidad es una característica de acciones que no requieren de motivos razonables, sino de otros como las emociones. Llegados a este punto la ortodoxia (líbrenos el cosmos en adelante de ella) distingue entre emociones 'agradables o buenas' (alegría, entusiasmo, incluso euforia...) y las desagradables o 'malas' (pesadumbre, tristeza, melancolía...), es decir aquellas que no deseamos. Y así, por esta connotación meliorativa se diferencia académicamente la espontaneidad de la pasión. El determinismo, en cambio, afirma que no existe el azar ontológico. Que todo lo que nos acontece es fruto de una ley de causa-efecto, de cuyas leyes podemos permanecer ignorantes, si bien dicha ignorancia no las hace menos efectivas. (Ignorantia iuris non excusat)

 Si por causalidad llegas a leer este texto, o cualquiera de los que figuren en este blog o cualquier otra publicación, libro, artículo, si llegas en fin a ver cualquier video, película, representación teatral, si eres testigo de cualquier situación banal o extraordinaria que acontezca en tu cotidianeidad, en resumen TODO lo que te impacta a lo largo de tu experiencia vital, debes saber que lo has buscado, lo has atraído. Nada sucede por azar.
Esto no es difícil de asimilar. El poder de la ley de atracción, lo llaman. Lo realmente novedoso es que no eras consciente de que lo estabas magnetizando. 
La señal que advierte de que las decisiones son 'desafortunadas' es el dolor. Una advertencia maravillosa que nos avisa que el camino de la felicidad se torció.
Todos deseamos vincularnos pacíficamente con nuestro entorno, desarrollarnos y aprender envueltos en un clima de armonía y tolerancia recíprocas. Y si se producen roces, todos deseamos saber como limar esas asperezas. Pedir perdón, disculparnos y seguir adelante no debería suponer un esfuerzo a menos, claro está, que nos resistamos a hacerlo.

Este mundo sería tan maravilloso de compartir, verdad? Tan solo hace falta limar asperezas. Pero qué es lo que impide que todo 'fluya', que los desencuentros se resuelvan con un 'lo siento, te ruego me disculpes', ¿qué es lo que perpetúa las asperezas que obviamente ocasionan las fricciones? ¿dónde radica la inquebrantable (?) fortaleza del orgullo?

La historia 'oficial', dictada por las 'sagradas' escrituras, es decir los escasos libros que sobrevivieron a los incendios alejandrinos y que relatan las crónicas de nuestros albores como especie y de cómo vinimos a fraguarnos en este mundo, cuenta que Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso, del Edén, un jardín que compartían con los Elohims, aquellos que unos versículos antes habían afirmado "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza". Así relata el libro del Génesis nuestro advenimiento. A estas alturas de nuestra historia (histeria?) podríamos concluir que ese relato es un cuento para niños. De hecho eso es lo que las masas, en su inconsciencia, han dictaminado. De lo contrario sería literalmente imposible continuar danzando este delirante baile (birth-school-work-death), al que tan bien adheridos hemos estado, sin rechistar ni presentar cuestionamientos. Y la adherencia, la adhesión, a esta rueda de cíclicas euforias e infortunios sólo es posible mediante un adhesivo de apropiada resistencia: el orgullo.


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