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viernes, 10 de enero de 2014

la no-viuda

Susana tiene 58 años. Más de media vida (¿o quizá ya toda?) luchando por mantenerse a flote en este mundo. Su padre se hizo marino militar, no por vocación sino para poder ganar bien y pagar la construcción de la casa donde poder vivir con su esposa y sus hijos.

La casa tardó 12 años en construirse, los mismos que tardó Susana en ver por primera vez a su padre, destinado al golfo de Guinea, de donde regresaba una semana en verano y otra para navidades.
Los hermanos de Susana, mayores que ella hicieron lo que pudieron para ayudar a Josefina, la madre, depresiva crónica. Para colmo el constructor de la casa, desaprensivo donde los haya y aprovechándose de la ausencia del 'hombre de la casa' esquilmaba el dinero que Miguel enviaba desde África, reclamando a la no-viuda sumas exorbitadas para dispendios inexistentes en la obra. Recuerda Susana haber visto partir a su madre y su abuelo paterno al barrio de las prostitutas para seguir el inconfundible rastro del dinero abonado al capataz de la obra.
La pareja de separados forzosos se escribía con cierta frecuencia. Una vez Josefina amenazó con dejarse morir ante la ausencia de su esposo. Susana creció sin ver a penas su padre. A fuerza adopto el rol de hombre de la casa cuando los hermanos mayores abandonaron el nido. La mejor estudiante, la más hacendosa en casa...todo para no crear problemas añadidos a una hacienda ya precaria de por si.
Miguel regresó una vez inesperadamente, y tras obtener los permisos necesarios, al recibir la misiva desesperada de Josefina. Susana se vio invadida por unas migrañas repentinas al contemplar la visión de su amado progenitor. La tensión reprimida entre las paredes craneales brotó ya incontenible, esperando ser comprendida por papá. Nada. Todo fueron ánimos y disimulos, regalos de dispositivos electrónicos traidos del puerto franco canario, novedosos para la época. Sucedáneos para el vacío de Susana.

Pasaron los años y Susana tuvo 16. Conoció a Enrique, tres años mayor. Se casaron al año siguiente, muy jovenes, igual que sus padres. Un padre marino, y un marido trabajador de la siderurgia naval. Enrique trabajaba en los astilleros de Bazán. Tuvieron tres hijos. Trabajó durante 30 años hasta que quedó infectado por el amianto cuyas fibras inflamaron los alveolos de sus pulmones hasta hacerlos sangrar irremediablemente. Jubilado prematuro acaba de ser sentenciado a muerte por el sistema sanitario. Una joven doctora le dio 6 meses de vida hace tres años. Renquea pero sigue vivo. Nadie se lo explica....
Susana decidió ocultarle el diagnóstico. "¿Para qué se dijo? ¿de qué serviría contárselo?" Miguel, jovial por naturaleza, decidió comprarse una moto nueva, en la esperanza de poder volver a usarla. Entre tanto Susana acudió a un médico chino conocido. "¿De qué color son sus heces? ¿Y su ánimo? ¿Dónde le duele?" nada de radiografías.
La doctora recién licenciada se hace cruces ante la falibilidad de su diagnóstico. Pero gira el rostro ante la estupefacción. La calidad de vida de Miguel no es óptima pero no ha necesitado despedirse prematuramente de Susana. Mientras tanto el hijo menos se ha dado a la marihuana. Una promesa del baloncesto de élite tirada por la borda dice. El hijo mayor utiliza a su hija pequeña de punching ball para descargar su resentimiento hacia la madre de la niña que lo ha dejado con dos niños.

Susana ha venido a venderme un seguro, pero ya lleva tres horas en casa y las lágrimas empiezan a brotar. Nadie la había escuchado lamentarse hasta ahora aparte de su marido. Se debate entre enjugarse los ojos e irse con una sonrisa robótica o permitirse aflojar las tuercas de la emoción contenida. Le hablamos de la biodescodoficación de la fortaleza de autosuficiencio tras la que se oculta una niña asustada. Las migrañas no remiten ya ni a base de pastillas. "Mejor déjalas salir, no fue culpa tuya" le digo mientras escuchamos el Trouble de Coldplay. Agradece que nadie pretenda diusuadirla del llanto. Un llanto que ya no es el de la no-viuda, sino el de la 'no huérfana'. Un llanto atrasado, pendiente, secuestrado que atenaza y amenaza con cobrarse un precio alto si no es atendido. Lloramos los tres.
"Volveré". Como buena gallega, comprende la verdad oculta sin necesidad de analizar..."Necesito revisar mi pasado y ponerlo en orden".

Aunque no regrese, ya no volverá a ser la misma.

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