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lunes, 28 de septiembre de 2015

Lagarto, lagarto

-Cuando los conspiranóicos afirman que las élites globalistas son reptilianas, ¿a qué se refieren?
-Quienes hablan en estos términos, probablemente se dejan llevar por la extensa iconografía de lagartos y supuestas razas extraterrestres procedentes de sistemas planetarios procedentes de determinadas constelaciones (Draco por ejemplo, a 309 años luz de nuestro sistema solar). Y sin duda que seres inteligentes con aspecto no humanoide pueden existir en rincones ignotos de 'nuestra' Galaxia (y de otras), e incluso, por qué no, que hayan ejercido influjo en nuestra trompicada experiencia humana, pero no hace falta irse tan lejos en busca de vínculos con la estirpe de lagartijas que nos antecedió en la cadena evolutiva.
Cerebro reptiliano ya era un término científico muy extendido antes de que internet apareciese. Reptil es el calificativo vulgarmente atribuible a todo ser humano gobernado en mayor medida por su cerebro primitivo, el encéfalo, también llamado cerebro reptiliano, pues es el lugar donde se alojan las neuronas que gestionan la memoria más antigua de nuestro ADN mitocondrial, es decir, todos los recuerdos vinculados con la supervivencia, esa etapa evolutiva por la que atravesamos antes de convertirnos en homínidos. El cerebro humano tiene otras dos partes, el cerébro límbico, que administra la memoria emocional y el Córtex prefrontal (también llamado Neocórtex), más reciente y responsable de nuestra capacidad cognitiva. Que el mundo esté gobernado por seres reptilianos significa literalmente que las instituciones gubernamentales a todos los niveles están en manos de seres regidos básica, principal y permanentemente por su miedo a la extinción, algo que curiosamente les sucedió a los grandes saurios hace 65 millones de años. Ese miedo tiene muchas facetas entre las que se hallan el miedo a la derrota (ser superado, marginado, desconsiderado), a ser considerado inferior, todas ellas amparadas bajo el mismo paraguas: el miedo a dejar de Ser. Tal concepción, errónea en su base, solo es concebible para quien sobrevive anclado en una permanente huida hacia adelante, esperando un mañana más brillante, tiempos mejores... en la convicción que el presente es insosteniblemente abrumador. Incluso el perdón de Dios es una de esas metas ansiadas. Quienes así se comportan, ven frustrados sus terroríficos vaticinios 'cada día que sale el Sol por el horizonte y ninguna de sus profecías se cumple. ¿Solución? Forzar el cumplimiento de los temores: darles fundamento; no en vano se han convertido en un modus vivendi. Una deriva tan delirante les conduce, pues, a alimentar esa convicción, extrayendo jugo, rédito, de su locura. Así nace la comercialización de sistemas defensivos (seguros de vida, armamento, planes de pensiones,...) destinados todos a confortar a la mente frenética en permanente busqueda de salidas a su propia locura. Pero si partimos de la premisa de que es imposible tener miedo a dejar de ser (pues el Ser es condición propia de la eternidad) entonces es fácil concluir que el miedo teme afrontar otra cosa que la derrota: el sentimiento de la derrota. Esa y no otra es la consecuencia tan temida de 'perder'. El más infame de los insultos en los países de órbita anglosajona es 'loser' (Perdedor). Atravesar el dolor que perder suponga, enfrentar los sentimientos que nos son propios –y de los que huimos como pollos descabezados, es la única estación donde se puede repostar gratuitamente el depósito vacío de paz. Todas las demás áreas de servicio son de pago.
El miedo al dolor solo es concebible cuando sus premoniciones están fundamentas en una experiencia ya vivida.
Si somos físicamente herederos de una cadena evolutiva, y sin duda lo somos (Darwin es perfectamente válido hasta el "eslabón perdido"), entonces nuestra especie (Sapiens sapiens) escindida artificialmente (ergo violentamente) del homo erectus hace 300 mil años –poco antes de que este antepasado directo se extinguiera– acumula igualmente, y es embajadora también, de esa porción de la memoria "asustada". Lejos de combatirlo o de huir de él (electroshocks, Prozac...), abrazar ese miedo ancestral a extinguirnos consituye la clave y es el último reto que enfrentamos antes de acceder al fruto prometido del árbol de la vida: la Consciencia de eternidad.

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