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jueves, 5 de agosto de 2010

CATARSIS COLECTiVA O ¿TAMBIEN INDIVIDUAL?

Escribir es muy terapéutico en los momentos de crisis. Todas las frustraciones y emociones contenidas obtienen así una pseudo-vía de escape ante los cataclismos que se producen. Y no, no se me ha muerto ningún familiar ni se ha diagnosticado ninguna enfermedad incurable a ningún miembro de mi familia o a mi mismo, ni me estoy divorciando, ni ha sucedido nada de lo que aquello que los precursores de la psicodinámica denominaron el inconsciente colectivo suela etiquetar como tragedia irreparable. Es hoy uno de esos días en que la existencia diaria precisa de una jornada de revisión de daños, una evaluación profunda o, como lo que muchas homilías denominan examen de conciencia. Muchas son las cosas que a lo largo de la existencia vamos acumulando en el trastero emocional y es recomendable y saludable mentalmente llevar al día, a modo de diario de bitácora, al menos los acontecimientos que suponen un punto de inflexión en la experiencia diaria de vivir.
Sacar a la luz los trapos sucios personales es duro. Cuesta reconocer que uno se ha equivocado. Y cuesta porque ese juez interno que albergamos en nuestra corrupta mente, el saboteador que todos alojamos y hemos alimentado desde muy temprana edad, tienen poderosas razones para tratar, por todos los medios, de no ser destronado. Puede que lo que he dicho hasta ahora suene a chino a la mayoría de los que lean esta diatriba, pero les aseguro que cobra perfecto sentido cuando se profundiza en las raices del argumento. Hay muchas situaciones que la vida me ha planteado frente a las que no he sabido/querido asumir la responsabilidad debida. Me hallo seguramente en esa franja de la población de personas que todavía creen que la vida les debe algo de lo que son merecedores pero que no hay manera de presentar al cobro. Mi padre murió de cáncer a los 69 años fruto probablemente de una acumulación de frustraciones personales arraigadas en la infancia y juventud, que simplemente no supo afrontar y gestionar con responsabilidad. Hubiese querido ser marino mercante y surcar los mares de este planeta, de puerto en puerto, entre tempestades y calmas chichas que muy probablemente hubiese sabido enfrentar, porque le apasionaba el mar. O al menos haberlo intentado. NO pudo ser. El exceso de responsabilidad al que se vió ineludiblemente enfrentado en el contexto de la asunción de un rol clave en un negocio familiar del que no pudo escaquearse, sembró pronto la semilla de un tumor que lo llevaría tempranamente a regresar al punto de partida de este viaje que llamamos vida.
Cuesta reconocer que uno le ha fallado a un ser querido. Lo fácil es enumerar las faltas y los abusos sufridos.
Cuando le fallamos a alguien, lo hacemos por partida doble. Nos fallamos también a nosotros mismos. Por acción u omisión estamos siendo inconscientemente responsables de un delito contra nuestra integridad moral. Son dos seres contra los que se perpetra el daño. Y dos seres lastimados ante los que hay que solicitar disculpas. Dos seres que reclaman una reparación. Errare humanum est. Pero ¿qué nos impide solicitar disculpas a tiempo y RECONOCER que hemos obrado erróneamente?
Llevo unos cuantos años dándole seriamente vueltas al tema que desde niño me ha asaltado la mente: el sentido de la vida. Esa actitud reflexiva probablemente sea la que me diferencia de mi padre y la que me permite afrontar las debacles y otros temblores emocionales sin necesidad de acudir a una botella de Johnny Walker. Hace tiempo que tomé conciencia de las actitudes compulsivas no conscientes que mancillaban mi dignidad y que me impedían erguirme física y metafóricamente. Desde entonces he comprendido que hasta que no logre reducir a la mínima expresión al tirano que gobierna mi mente y otorga roles a mis diferentes subpersonalidades, no lograré hacerme con el mando de mi existencia. Hasta entonces seguiré siendo, mal que me pese, una copia pirata del disco original que se suponía que debía manifestar.
Yo, como tantos de vosotros, quiero y no puedo. Quiero ser digno, y no puedo. Quiero ser responsable y no lo logro. Quiero actuar conforme a unos principios y mantenerlos contra viento y marea, y me frustro frente a mi falta de consistencia. Algo me dejé por el camino para que todo se torciera. O mejor dicho, algo entregué o malvendí para poder sobrevivir en un mundo que afortunadamente siempre he recordado como desordenado y primitivo. Y cuando digo mundo, me refiero a los humanos que lo habitan. Humanos que esclavizan a sus niños. Humanos que maltratan a los animales, no solo para alimentarse de ellos, sino incluso –demasiadas veces– para dar rienda suelta a sus primitivas necesidades lúdicas de diversión. La diversión. Una amigo se describe como un ser incapaz de divertirse del modo que comúnmente se entiende. No hay nada que le divierta. Su padre sale religiosamente a cazar cuando se abre la veda. Pega cuatro tiros y mata un par de conejos. Y vuelve recargado. Otros van de pesca. Le dije que no se lamentase por no sentirse atraído por dichos pasatiempos. Probablemente la 'fortuna' le ha privado de la satisfacción de conformarse con 'pasatiempos' tan primitivos, y le ha cargado con la 'cruz' de sentirse desorientado acerca del método más adecuado para evadirse de la cruda realidad. Como yo, se halla en carne viva y carente de sintonía con la baja frecuencia. Pero él no es consciente de ello. Se lamenta de no hallar en la caza o la pesca un pasatiempo al que honrar en los momentos de necesitado esparcimiento. Yo sí soy consciente. Y eso, si bien me coloca en un peldaño más elevado en el proceso de desintoxicación mental, también es cierto que me enfrenta con la RESPONSABILIDAD de asumir como propia la autoría de todo lo que en la vida me ha llevado hasta mi presente estatus. Lo bueno y lo no tan bueno. En definitiva, que yo soy quien manifiesta mi realidad, y soy no solo responsable de las consecuencias de mis actos, y de alimentar los pensamientos que generan dichos actos, sino también de reparar el sistema operativo corrupto que los alimenta y transmitir a quien lo solicite, las claves para reprogramar dicho 'software'.
Estamos acostumbrados a reclamar daños y perjuicios a terceros por todo lo que nos pasa diariamente. El otro día fui testigo de un accidente leve de tráfico. Dos vehículos turismos colisionaron. Uno evidentemente fue el causante del incidente. Pues bien, parecía tanto o más enojado que el otro conductor implicado en el suceso. Cuando digo que este mundo está cabreado, lo digo con razón. Existe un poso muy espeso, una capa de rencor muy asentada en la colectividad. 'Otros' tienen la culpa de la corrupción de mi malestar, de mis frustraciones, de la inseguridad ciudadana…La sociedad está podrida, decimos. Pero ¿y si resultase cierto que TODOS formamos también parte del colectivo que llamamos la sociedad? Quizá entonces lo más coherente sería plantearse, como J.F. Kennedy el día de su investidura como presidente de los EEUU, 'qué puedo hacer yo por mi país' en lugar de reclamar qué puede hacer mi país por mi. Reemplácese país por comunidad, barrio, familia, o lo que más plazca. La verdad es que pertenecemos a un colectivo. Lo queramos o no. Eso es adyacente. Las normas de la casa es que hemos sido diseñados para interrelacionarnos. En ese contexto obtenemos nuestros mayores réditos morales y nos realizamos como seres pensantes y autoconscientes.


Otro día les hablaré de la Culpa. Otro engendro que ha supuesto un obstáculo para nuestro desarrollo integral. La buena noticia es que estamos capacitados para sobreponernos. No solo eso, sino que todos los contratiempos que experimentamos, fueron concebidos en su momento como experiencias de crecimiento. Nos hemos levantado, como especie, de contratiempos como éste acaecidos cíclicamente muchas veces en el pasado. Y de tragedias mucho más dramáticas, y aquí seguimos. Eternos y renovados. Esta vez el salto evolutivo tiene un carácter cósmicamente grandioso.

Mientras tanto voy a reparar el daño ocasionado y restablecer el equilibrio en mi interior a fin de que los actos equivocados sean reemplazados por la acción adecuada. Para ello escucharé a la persona dañada y a mi niño interno para que me comunique por la vía intuitiva el camino adecuado de ahora en adelante. Más vale tarde que nunca.

Sin miedo, lo malo se nos va volviendo bueno

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