miércoles, 5 de abril de 2017
Reivindicando el ruido
-La comunidad New Age no escatima esfuerzos en elogiar las virtudes del silencio aduciendo que es muy terapéutico y conducente a la paz interna. Para quien no ha experimentado otra cosa que ruido (discusiones, peleas, insultos...) y se adhirió/aficionó a esa forma de interactuar (muy propio de sociedades latinas) efectivamente el silencio, incluso forzado, es la mejor de las terapias; sin embargo hay tanta gente que ha vivido impregnada de un turbio y embarazoso silencio durante su infancia (abandono, desprecio, desconsideración...) lo que paradójicamente no deja de ser un ruido/chirrido emocional, que para ellos el silencio tiene connotaciones desagradables incluso aterradoras. Sucede sobretodo en sociedades en la órbita e influencia anglosajona. Personas pertenecientes a familias con mucha 'cultura', donde el silencio era sinónimo de distinción fue percibido por sus vástagos como distanciamiento, de desconfianza, no solo hacia otras clases más bajas sino hacia los propios hijos. Recuperar su paz, para estas personas pasa en primer lugar por reivindicar su derecho a hacer ruido sin ser juzgados. De hecho la censura del ruido infantil esconde el drama de sus adultos por la represión a la que fueron sometidos de niños. Los gritos de sus hijos les conectan con su propia rabia contenida. Nunca fue más ilustrativa la máxima que los hijos vienen del futuro para sanar nuestro pasado que con esto. Muchas terapias sistémicas actuales, sobretodo en EEUU, trabajan ese aspecto en personas de raíces genéticas europeas (o incluso adoptados por ellos, con sesiones de heavy metal para liberar la furia contenida.
-Y no es peligroso? No pueden quedar atrapados en la rabia?
-En absoluto. Si por naturaleza eres pacífico, gritar -o por lo menos llorar- el dolor del desprecio sufrido te ayuda a liberar la tensión acumulada por el silencio a que te viste forzado. Una vez soltados los nudos puedes reconciliarte con el verdadero silencio, el Silencio con mayúsculas. Los caminos para la salud dependen del pasado de cada individuo. Nada es blanco ni negro.
https://autoconocimientointegral.com/2017/01/04/por-que-el-silencio-es-tan-importante-para-nuestro-cerebro/
lunes, 11 de agosto de 2014
El origen del miedo (I)
Quizá creamos que la fuente de toda disputa este plano/Planeta entre facciones opuestas se debe al interés de unos, más privilegiados materialmente, por dominar a otros menos favorecidos, o al menos para perpetuar cualquier desigualdad ya existente. Pero eso no dejaría de ser una perspectiva un tanto maniquea, en cuya adhesión se ha fundamentado la llamada lucha de clases, aceptada desde el advenimiento del marxismo. En el fondo esta lucha estaba destinada a perpetuar precísamente las desigualdades que afirmaba combatir. Para que alguien necesite someter a otro, es preciso que esa intención esté arraigada en la desconfianza. Y quien desconfía de alguien, necesita fabricar argumentos sostenibles mediáticamente con los que sustentar sus ocultas y verdaderas acciones dominadoras.
Detrás de la falta de confianza se esconde ineludiblemente el secretismo, la tendencia planificada a ocultar algo cuyo alumbramiento desestabilizaría el statu quo imperante.
Cuando sientes confianza en alguien todos los acuerdos son posibles, pero si hay desconfianza puedes apostar la vida a que alguna de las partes (si no ambas) tiene algo que ocultar. Y quien algo oculta siente vergüenza, habitualmente maquillada con los ropajes del orgullo, ese recurrente comodín al que nos hemos acostumbrado a apelar cuando nos sentimos entre la espada y la pared.
Hay muchas emociones involucradas en la olla diaria de la convivencia, y la madre de todas ellas, la raíz que engloba todos los ocultamientos y censuras, la que no entiende de razonamientos o análisis es una y muy clara: el miedo. Pero ¿Miedo a qué?
Ya sé, dirás que no tienes miedo. Y mentirás. Y agradecerás que te llame mentiroso porque es mejor que llamarte psicópata. Todos tenemos miedo. Si no seríamos unos alegres suicidas (por no hablar del dolor que probablemente ocasionaríamos al exponer a seres queridos a situaciones de riesgo real). Pero hay dos tipos de miedo. El miedo a lo conocido, mejor dicho lo recordado/consciente y el miedo a lo olvidado/inconsciente. La diferencia entre ambos es básicamente una. El miedo a lo que conoces no "desata" tu violencia. Esa respuesta es solo propia de quien no comprende algo y reacciona con lo último que le queda, como los gatos acorralados.
El miedo ante el riesgo conocido, ergo asumible, te permite adaptarte a las circunstancias. Es un mecanismo que alerta acerca de las amenazas reales, poniendo automáticamente en marcha un mecanismo propicio de supervivencia ("el cielo se oscurece y se avecina un vendaval=me refugio"; "un virus irrumpe en mi aparato digestivo=relajo mi dieta y permito que mi sistema inmunológico se ponga en funcionamiento sin obstaculizarlo", etc...). Si estás convaleciente, no tienes miedo, simplemente estás tomando medidas para reajustar tu cuerpo físico al entorno.
Pero hay un miedo que derriba, en lugar de fortalecer, tus defensas naturales. El miedo a lo desconocido, mejor dicho, a lo olvidado, pues nada es desconocido, tan solo vamos recordando, poco a poco, lo que siempre hemos sabido pero una vez "decidimos" olvidar...)
El miedo a lo olvidado es muy poderoso y se nutre de todas las pequeñas circunstancias que la vida te presenta. ¿Pero por qué se nutre? ¿Por qué necesita crecer? Muy sencillo, porque en un nivel profundo de tu psiquis deseas reactivar tu memoria. El miedo a lo desconocido es un mecanismo natural para adquirir conocimiento. Un mecanismo que acepta el riesgo en su decidida búsqueda de pistas en el camino, símbolos que despejen la confusión inicial y rescaten el "recuerdo madre", un episodio o conjunto de ellos que son responsables de la activación de la sensación de desamparo que inunda la cotidiana exstencia. Por paradójico que suene (y por mucho que nos inflemos a azúcares refinados y alcohol (via habitual de escape de las personas depresivas) o a alimentos con exceso de sodio (propio de las personas coléricas), en el fondo no queremos olvidar sino recordar.
Huir del miedo (negarlo) es la prueba de que lo "tenemos". Digamos que estamos programados para activar la solución aunque parezca que huimos de ella. El miedo a lo desconocido paraliza bien toda capacidad de respuesta (incluida la risa) o bien desata, como decimos, un frenético y desproporcionado despliegue de medios para impedir que tal amenaza fructifique. Temer a algo intangible (la suciedad doméstica, la inseguridad ciudadana, un atentado terrorista, el hambre, un meteorito, el alzheimer...), que en pura lógica no pone en peligro nuestra subsistencia ahora, es la prueba de que hubo una vez un evento, olvidado obviamente, que sacudió inesperadamente nuestra capacidad de salvaguarda. Un evento vinculado al abandono emocional, el confinamiento o abiertamente a una agresión física en una etapa de nuestra existencia lo suficientemente frágil como para no estar lo suficientemente provistos de las adecuadas defensas (la mayor de ellas precisamente la confianza). Una etapa que naturalmente ya habrás ubicado en el tiempo: la infancia.
miércoles, 15 de enero de 2014
el lado oscuro
¿Dónde termina la eternizante –y eclesiástica!– esperanza y donde comienza la puesta en acción? ¿Hasta cuándo somos amados y desde cuándo somos amantes? ¿Dónde termina el resentimiento y dónde empieza la generosidad desinteresada? Sin duda que, como se ha dicho, ambos extremos cohabitan de modo intermitente aunque movidos por situaciones extremas de heroismo o de vileza, pero lo cierto es que entre ambos instantes existe un pantanoso terreno de arenas movedizas: la duda, un escenario de indecisión del que nos hemos impregnado y en el que hemos crecido. Fuimos persuadidos por quienes nos preferían esclavos de la inacción a no remover mucho esa duda, so pena de acelerar innecesariamente el proceso de empantanamiento. Pero lo cierto es que el hundimiento es irremisible a todas luces.
El miedo solo es efectivo si camina libre, de la mano de la intuición.
...
"Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No ofrezcáis resistencia al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, ofrécele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses. Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo.
Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; solo así seréis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos.
"…Pero no quieres hacerlo. Tienes miedo. Te aterroriza decir lo que sientes.
Tú mueves, chaval."