La escuela de los niños es un terreno propicio para que viejos fantasmas del pasado salgan a la superficie. Si tienes hijos escolarizados (o los has tenido) comprenderás lo que digo. Regresar a la escuela aunque sea para llevar a tus hijos y también tener que involucrarte en la dinámica que implica la responsabilidad de revivir los ritmos entonces vividos, ahora bajo el nuevo prisma de tu rol de progenitor, te conecta inevitablemente con recuerdos que estabas convencido que habían pasado a mejor vida. Lo que no sabes, porque no eres consciente, es que dichos recuerdos tan solo se hallaban empantanados a la espera que regresases a la 'escena del crimen', para poder ser resueltos.
Teresa, una madre me comenta:
–Mi hija (6) lleva quejándose varios meses de que dos de sus compañeras de clase, le quitan la merienda. Naturalmente el cuadro no es tan claro ni crudo como aparenta la frase.
Según relata mi hija, llegada la hora del recreo, se le acercan indefectiblemente siempre las dos mismas niñas –famosas por su acentuada y dominante personalidad– y la abordan sutilmente suplicándole que les deje probar su merienda. Inicialmente Sandra (así llamaré a mi hija para preservar su intimidad) no tenía inconveniente en ofrecer parte de su merienda pues ha aprendido de nosotros dos, sus padres, que compartir lo que se tiene, ser generoso, es una cualidad que conviene practicar. Pero sucede muchas veces que las fronteras entre las emociones son tan sutiles, tan invisibles, que caminar por la delgada línea que separa la sumisión de la generosidad comporta un ejercicio de consciente despertar que los niños (y la mayoría de adultos), todavía en el proceso de vivenciarlas, aún no hemos aprendido a comprender y gestionar.
Sandra, con todo su gesto de generosidad, desconoce esa frontera por lo que no tiene 'armas' para defender su territorio (su merienda). La consecuencia es que cada día regresa sin haber merendado. Sus compañeras, en una sutil rapiña maquillada de juegos, han dado buena cuenta del contenido de su tupperware. Parece que Sandra esté, de momento, resignada a su suerte. Quizá el contexto de la escuela le resulte más intimidante. De hecho lo que más le incomoda es que su profesor se entere de lo que sucede. Con todo seguramente es mayor la indignación que despierta entre nosotros lo que viene sucediendo, especialmente en mi, pues mi marido parece no tener grandes problemas al respecto. Dice que ya se aclararán entre ellas. Qué así es la vida y todo eso que curiosamente mi padre también suele decir…"
Tras llevarme una impresión de los hechos, se me ocurre que hay varios flancos que abordar. En primer lugar es evidente que habría que ayudar a Sandra a que aprenda a determinar la frontera entre la generosidad y la sumisión. Es un trabajo de sanación de equipo que deberán afrontar y en el que deberían involucrarse sus padres (ambos –no solo la madre, que es quien plantea la cuestión– si desean superar juntos este interesante reto).
Nosotros no le hemos provisto a Sandra de armas de defensa en la convicción –posiblemente confusión– de que marcar los límites de la propiedad implica indefectiblemente algún tipo de actitud agresiva. No en vano este mundo de energías polarizadas se ha regido por esos parámetros hasta ahora. Todos hemos aprendido que para no ser invadidos, para defendernos de una agresión teníamos que pegar primero. Requiere de una disposición de ánimo pertinaz el mantener a raya la idea de que los conflictos se solventan agrediendo. Todos quisiéramos que en el mundo no hubiese injusticias. Nuestros abuelos lo deseaban (pero lo creían imposible por lo que se decantaban por la defensa numantina de valores…). Nuestros padres intuyeron la posibilidad de convivir de otra manera. Y lo expresaron en mayo de 1968. Nosotros sabemos que es posible otro modo de interactuar en sociedad. La armonía entre los que se saben iguales. Y la paz que se deriva de eso. Y sabemos que nuestros hijos serán los que lo lleven a la práctica. Lo llevan escrito en su ADN. Sabemos que el respeto desde el amor será un día la norma entre todos, pero está claro que nos queda un tramo del camino por recorrer hasta alcanzar esa meta y poder finalmente sublimar las limitaciones y aleccionadoras fronteras que ha tenido parcelado este mundo.
Teniendo todo esto en cuenta Teresa se decide a comentar lo sucedido con la madre de una de las niñas 'guerreras'. La aborda –me cuenta– en el momento en que coinciden a diario después de dejar a los niños por la mañana. El carácter y ambiente esencialmente familiar que se respira en esta escuela, influido sin duda por la pedagogía renovadora y las reducidas dimensiones físicas, facilitan estos encuentros.
–Rosana, qué tal?
–Bien, ¿y tu?
–Bien gracias. Aquí con el tema de las despedidas, que no siempre es fácil…
–Lo sé. Ya te vengo observando…
–Ya…(vengo captando y padeciendo sus sutiles comentarios al respecto de las, a veces, dolorosas despedidas que mi hija y yo hemos protagonizado a la puerta de la escuela)
La cuestión es que quería comentarte que Sandra me ha dicho que tu hija (Carmen) y Marga (la otra niña) le quitan la merienda todos los días a mi hija.
Rosana cambia su risueño gesto…
–¿Qué me dices?¿ ¿Es verdad?…
–…
–¿Se lo has dicho al profesor?
–Se lo he comentado -contesta Teresa– pero no considero que sea un asunto que deba 'resolver' él. Bastante tiene ya con hacer su trabajo pedagógico a nivel de grupo como para tener que dirimir en los conflictos emocionales para los que no está preparado. Te lo comento porque pienso que es un asunto que deberíamos abordar nosotros antes de involucrar a los niños.
–¿Que quieres decir?
–Verás, ¿te puedo hacer una pregunta personal?
–…Sí.
–¿Recuerdas tu etapa escolar, la correspondiente a la que atraviesa tu hija ahora?
–Sí. Muy bien.
–¿Que recuerdos tienes?
(Rosana agacha la cabeza, detiene el motor de su vehículo que ahora empezaba a parecer ensordecedor, y exhala profundamente…)
–La verdad es que los recuerdos no son muy agradables. Me pasaba algo parecido a lo que le pasa a tu hija…(siento que nos estamos acercando a un vórtice emocional). Lo pasé muy mal. Peor sin duda que tu hija.
–…Y te juraste que Carmen, tu hija, no pasaría por lo mismo que tu…(me atrevo a sugerir, llevada por una suerte de confianza que me da ver a Rosana tan franca acerca de su pasado)
–…¿estás sugiriendo que yo he labrado el carácter invasivo de mi hija?
–La mejor defensa, dicen, es un buen ataque…
Pasan unos segundos, que se hacen eternos, durante los cuales llego a pensar que se va a revolver como un gato acorralado.
Sin embargo, sus ojos se humedecen. Me mira…nos abrazamos. Ambos hemos comprendido.
El 'problema' ya ha sido identificado.
–Y ahora ¿qué hago?, ¿se supone que tengo que intervenir de alguna manera?
–De momento tienes un tema que revisar y resolver contigo misma y tu pasado. Hay una emoción reprimida que acaba de asomar la cabeza…Yo por mi parte, estoy ayudando a mi hija a autoafirmarse y establecer los límites de su integridad, las fronteras de su territorio, para que sepa qué parte de su merienda decide compartir y qué parte quedarse para ella, sin miedo a ser tachada de egoista por tu hija. Supongo que lo más coherente será que le pidas disculpas por haberla inducido –sin darte cuenta, por supuesto– a manejarse entre sus pares por medio de la intimidación.
Seguiremos descubriendo y desatando nudos...Siento que estamos en la senda correcta para la libertad.
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jueves, 10 de noviembre de 2011
domingo, 23 de enero de 2011
Culpa vs. Responsabilidad
¿Quién no se ha sentido culpable en su vida? Seguramente te ha pasado, que has herido a otra persona sin querer (inconscientemente) y luego has sentido una gran culpa. Todos cometemos errores, algunos insignificantes y otros que tienen mayor repercusión. El hecho es que cuando uno de estos errores afecta de alguna manera a otra persona, nos sentimos mal. Pero ¿por qué nos sentimos mal? ¿por qué nos sentimos 'culpables'? Curiosamente tenemos mayor facilidad en detectar el dolor causado en otros –normalmente porque el agredido se encarga ineludiblemente de hacernos saber su malestar– que en en reconocernos a nosotros mismos/as como víctimas directas de nuestros actos inconscientes. Es decir cuando nos agredimos a nosotros mismos, negándonos el disfrute de algo (no comer un helado porque 'engorda', etc…)
La sentimiento de culpa es un indicador de que estamos quebrantando alguna norma social consensuada, ya se trate de reglas establecidas formalmente –como respetar las normas de circulación del tráfico, pagar impuestos…– o límites implícitos que nos hemos autoimpuesto porque nos decían que no podían transgredirse, como que no hay que decir palabras feas o insultar, en definitiva cualquier expresión que conlleve herir los sentimientos de otros (por acción u omisión). La culpa está íntimamente ligada a otra emoción muy dañino: el rencorLa culpa, pues, se define como el estado emocional que surge de pensar que hemos actuado de manera indebida, ya sea que hicimos algo que no debimos haber hecho, o que no hicimos algo que se consideraba correcto hacer. La culpa es una actitud personal autolesiva, originada por emociones contenidas. Y estas emociones, a su vez, tienen su fuente en pensamientos perturbadores, aceptados y asimilados del pensamiento inconsciente colectivo (global) del resto de personas, que incorporamos, automáticamente, en la balanza de nuestros criterios personales sin cotejar ni sopesar su credibilidad en la mágica balanza de nuestro discernimiento (sentido común), esa a la que desgraciadamente no solemos conceder excesivo crédito: nuestra intuición.
Como consecuencia, dichos pensamientos 'heredados' nos llevan a juzgarnos precipitadamente y ello repercute en una actitud auto-devaluadora, calificándonos negativamente ("Soy una mierda, qué mala persona soy…") muchas veces antes de que hayamos 'metido la pata'. Curiosamente cuando la hemos metido, tendemos a exonerarnos de toda responsabilidad con el típico 'yo no he sido'.
La culpa surge pues de manera automática, y nos suele indicar que algo en nuestra conducta no está en armonía con lo que nos enseñaron y nosotros hemos aceptado y consideramos como adecuado.
En las estadísticamente escasas ocasiones en que reconocemos el error tendemos a ahogarnos en el sentimiento de culpa, ese mar irreal que creamos de la nada. Los psicólogos en general nos dicen que culpabilizarse no sirve de nada. Ni nos sirve a nosotros ni a la persona a quien hemos lastimado. Y sin embargo ahí está. La culpa. Se instala y no hay Dios que la mueva de la cabeza.
Dicen que un error no se convierte en equivocación mientras se acepte repararlo.
De lo que se trata realmente es de asumir nuestros actos, y hacernos responsables de enmendar las situaciones que hemos desequilibrado con nuestra inconsciente (lo hice sin darme cuenta…), hasta donde eso sea posible. Hay una gran diferencia entre sentirme culpable y sentirme responsable. La culpa hace que uno se sienta mal consigo. Y si la actitud auto-devaluante y autolesiva persiste existen serios riesgos de que el malestar se filtre hasta el dominio del cuerpo físico, originando una enfermedad. Asumir la responsabilidad ante el daño ocasionado significa, por el contrario, que tomo consciencia de que yo he sido quien ha ocasionado el dolor ajeno (o propio!), aceptando que cometí un error, pero decido no cargar con una losa añadida en mis espaldas. ¿cómo se hace eso? Dirás.
Te pondré un ejemplo:
Imagínate que estás a la mesa comiendo con un amigo. De repente, en el calor de un intercambio de pareceres sobre un tema, haces un brusco (y habitual en ti) ademán o aspaviento con tu brazo y tiras el vaso de agua que estaba frente a ti, bañando por completo a dicho amigo.
Los pasos a seguir para reaccionar con responsabilidad en vez de con culpa son:
1. Lo primero que haces es reconocer ante ti mismo que cometiste un error. Es imprescindible. Muchas personas se bloquean en este paso, y no pueden siquiera aceptar que se equivocaron. Niegan la responsabilidad de su autoría y automáticamente (inconscientemente) la trasladan a algo (circunstancia, objeto o sujeto) externo. Pueden llegar a incorporar pensamientos del tipo "vaya, qué vaso tan inestable, por su culpa ahora estás empadado” (ante la estupefacción del afectado). Debes aceptar fuiste tú quien cometió el error.
2. Entonces puedes pedirle al afectado que no te inculpe (pedir disculpas). Hacerle saber a tu amigo, que honestamente lamentas lo sucedido, que asumes el hecho y que (por obvio que suene) no fue tu intención consciente. Esta es la parte de asumir tu conducta, tu error, frente al/los involucrado/s.
3. Asumir la responsabilidad implica, a continuación, mostrar disposición a reparar, resolver, componer en la medida de lo necesario (y posible para ti) para que la situación retome su cauce. En el caso de tu amigo, quizá debas preguntarle al camarero o a tu mismo compañero el modo más adecuado para reparar el error (si es que tú mismo no tienes la respuesta en ese instante). Le ayudas: le alcanzas unas servilletas, le acompañas al baño (aunque si se trata de una dama eso ni se te ocurra) para ayudarle a secar su ropa, o llevarlo, si se tercia, a su casa para que se cambie de ropa, o bien ofrecerle pagarle la tintorería, y si quieres exagerar, ofrecerte a comprarle nueva ropa. Por proponer que no quede (cuanto más solícito te muestres, más comprensivo se mostrará el afectado. Dar opciones para arreglar aquello que tú “descompusiste” sería actuar responsablemente.Y aquí viene lo más importante: ESTO ES TODO lo que puedes hacer por enmendar por esa persona, NO PUEDES HACER MÁS.
4. Y ahora viene algo interesante y complicado: finalmente, una vez has solicitado las disculpas del afectado (ello no significa necesariamente que las recibas, eso no importa), es vital que TE DISCULPES A TI MISMO. Debes reconocer ante ti mismo que ser humano implica que a veces te equivocas. Errare humanum est. Este paso es fundamental, para que te disculpes (te descargues de la eventual culpa que otros (o tú mismo) decidan cargarte.
Imposible cambiar las reacciones del otro. Si el otro se enfada y a pesar de tus disculpas y tu oferta de reparación, te insulta y decide seguir enojado, no aceptando que no fue tu intención, ese ya es problema suyo, no tuyo. No puedes revertir la cadena de acontecimientos. Lo hecho, hecho está. Se repara en la medida de lo necesario (si es posible) y te disculpas.
En resumen: una vez que tu ya hiciste lo que está en tus manos, ya no puedes hacer más. Ya no depende de ti. Tú ya hiciste lo correcto. En la vida suceden cosas. No se puede pasar de puntillas por la vida tratando de no manchar nada.
Ya aceptaste tu error y ofreciste corregir el problema. Puedes estar en paz y tranquilo contigo. Si tú ya te perdonaste, puedes sentirte bien contigo, aún sabiendo que cometiste un error. Si el otro está enojado y tú quieres ayudarle con su emoción, puedes pedirle disculpas otra vez, puedes acompañarle en su enojo (compasión) pero consciente de que no tienes por qué asumir responsabilidad por las reacciones de otra persona. Quizá puedas intentar ayudarle a que se sienta bien, pero no eres responsable de su mente y todo lo que acumula en ella.
Esta es la gran diferencia entre sentirte culpable y sentirte responsable. Con la culpa sientes que tú estás mal, te sientes mal contigo (y eres susceptible al chantaje y manipulación de otras personas que necesiten manipularte). Al hacerte responsable asumes la autoría y la incomodidad que te embarga por el error, pero al final decides no culparte. Eso te restituye la paz interna.
Hay una gran diferencia, pues, entre sentirse culpable y hacerse responsable.
Ahora bien, no se trata de decir“bueno, en adelante ya no me voy a sentir culpable de lo que haga y si vuelve a suceder algo semejante haré como si no pasase nada”. Esto sería una actitud inmadura e incluso psicopática. Se trata de reconocer mi error y hacerme responsable de él. Solamente puedo hacer algo por remediarlo hasta cierto punto. Más allá de eso ya no puedo. Ya no depende de mi.
Tampoco se trata de andar por la vida actuando sin pensar y cometiendo errores a diestro y siniestro pensando que “si el otro se enoja, ese ya no es mi problema”. Eso también sería una actitud inmadura, propia de un niño que no sabe medir las consecuencias de sus actos y no tiene conciencia de cómo sus actos repercute en su entorno, pues vive centrado en si mismo.
Se trata de aceptar que eres humano, que te vas a equivocar, y que eso es inevitable. Que sentirte mal contigo por esos errores no sirve de mucho. Que es mejor aceptar tus fallos como parte de tu naturaleza y del proceso de crecimiento, y actuar con madurez y con responsabilidad frente a los demás.
Este es un ejemplo de un error poco relevante, pero lo mismo sirve para cualquier equivocación. No importa la dimensión de ésta. Lo único que está en tus manos finalmente es reconocerlo, disculparte, intentar solucionarlo hasta donde es posible y aprender de ello. Muchas veces, como dije, no hay solución para la situación.
El sentirte culpable no va a regresar el tiempo. Hay que aceptar las cosas como son, asumiendo la responsabilidad de nuestros actos, y sintiéndote bien contigo mismo en toda situación. Valorarte a ti mismo frente a éxitos y frente a fracasos, frente a aciertos y sobre todo, frente a los errores –que son de las cosas más normales y comunes de la vida– es el camino para convertirte en una persona integrada con tu entorno y sobretodo contigo mismo.
Ahora bien, tal vez te cueste acallar una voz en tu interior que insistentemente te acusa: “pero si fui yo quien lo mojó, es mi culpa que esté enojado”. Si, a pesar de todo, no consigues aparcar la culpa, manejar tus emociones, tener mejores relaciones con otros, tener una autoestima sólida y vivenciar un crecimiento personal constante, entonces quizá estés receptivo a dar el paso 5:
Llegado a este punto, quizá decidas recapacitar y admitir que:
1. No es la primera vez que sucede algo similar. Esta vez ha sido un vaso, pero hace un mes, dejándote llevar por otra emoción similar cometiste un error con consecuencias más calamitosas.
2. En ti hay un/a rebelde que detesta en el fondo tener que pedir disculpas y confiesas valientemente que lo haces a regañadientes. Incluso de que te percatas de que el destinatario de tu petición se da cuenta de tu falsedad en el testimonio (con lo cual cualquier disculpa que recibas será un paripé)
3. Ya no te conformas con ir sobreviviendo y tratando de superar los obstáculos que admites que tú mismo te colocas en el camino
4. Si reconoces –después de mucho tropezar– que hay un cúmulo de actitudes en ti que te incomodan y te ponen en evidencia.
5. Si deseas tomar las riendas de ese caballo desbocado, o mono compulsivamente parlanchín que va donde quiere y dice lo que quiere, en lugar de ir donde tu le mandas o decir lo que ordenas.
Si aceptas cualquiera de estos puntos…entonces estás de enhorabuena. Si, a pesar de aceptar que actuaste inconscientemente, reconoces que te cuesta horrores disculparte, debes saber que estás en la senda de la sanación espiritual.
Atrévete entonces a escarbar en la raíz de una actitud, gesto, expresión o comportamiento frecuente que brota siempre "sin pedir permiso" (a veces cuando menos lo esperas). A medida que tomes conciencia de que tu mente, siempre que te enfrentas a una disyuntiva, demuestra estar escindida en dos partes, la consciente y la inconsciente, detectarás que afloran dos mensajes:
1. El primero es muy insistente. Te advierte y pone al corriente de las experiencias pasadas, y las proyecta al futuro haciendo predicciones en virtud del pasado, incitándote con ello, ya sea a ponerte férreamente a la defensiva o a desinhibirte por completo y abandonarte a estados eufóricos. En todo caso apela a tu deseo. Tiende a emitir precipitadamente juicios de valor sobre las personas que la circunstancia involucra (tú incluido) y el síntoma más fiable para reconocer la procedencia de esta 'voz' es que su mensaje viene teñido de una inconfundible impaciencia, ordenándote que tomes una decisión inmediata al respecto de la circunstancia acaecida. Por eso suena en primer lugar.
2. El segundo mensaje procede de una vocecita que espera pacientemente a que la primera concluya su discurso. Procede de tu más profundo interior y te susurra en tono amable y exento de cualquier reproche, desde la intuición, apelando al sentido común (el menos común de los sentidos, por cierto) que escuches y obres según te dicte el corazón.
Si te propones averiguar por qué actuaste de ese modo hiriente con otro (y contigo mismo porque reconoces que no deseas repetirlo y cuando ocurre te duele) o permitiste que otro fuera hiriente contigo sin manifestar la legítima emoción que experimentaste, y liberarte de ese dictador interno que manipula tu día a día, entonces serás conducido a la percepción de una perspectiva nueva de la vida de la que saldrás muy fortalecido.
Reconocer y aceptar como nada aleatorio el patrón oculto (inconsciente) de conducta que te ha empujado (y te sigue empujando) a actuar de modos indeseados, y proponerte acceder al epidentro/origen de la circunstancia acaecida, es algo que solo está al alcance de unos pocos valientes.
“Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Juan 8:31)
Se precisa coraje. Tienes el necesario.
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jueves, 9 de septiembre de 2010
HOMO HOMINI LUPUS?
En 1750 Rousseau se presentó en la Academia de Dijón, la cual había creado un concurso de ensayos (muy típicos de esa época) con el tema de: ”¿Han sido las ciencias y las artes beneficiosas para la moral de la humanidad?”. Rousseau ganó el concurso con un ensayo pesimista, que sin duda marcó sus posteriores obras e ideas. En él, criticó duramente las ciencias y artes por haber sido las culpables del abandono por parte del Hombre de su “estado natural”. Esta crítica la planteó desde una hipótesis que chocaba frontalmente con el pensamiento imperante de la época, representado por Thomas Hobbes y su famosa frase del “hombre es un lobo para el hombre”, con la que trataba de hacer justificable la existencia de un gran "monstruo controlador", “El Leviatán”, el concepto de un estado todopoderoso, necesario para poder convivir unos con otros. Este planteamiento fue utilizado para que pareciera necesario el sistema político imperante: el poder absoluto del monarca Louis XIV y su factotum Mazarino.
Rousseau, a diferencia de Hobbes, no pensaba que el hombre fuera malo por naturaleza, sino todo lo contrario. El hombre es bueno e inocente por naturaleza, lo que le corrompe es la sociedad.
El “buen salvaje”, concepto que utilizaba mucho, vivía feliz hasta que un buen día entra en contacto con el ansia de riqueza, es decir, la propiedad y con ella el egoismo, la envidia, la avaricia, el rencor y el miedo a perder lo conseguido.
A fecha de hoy son pocos los que aún comulgan con las teorías de Hobbes. Al contemplar a un niño recién nacido, nadie ve en él/ella a un tirano en potencia. Y sin embargo los tiranos adultos han sido niños alguna vez…
Habría que tomar verdadera conciencia de la transición que se opera en un niño a medida que transita hacia la edad adulta, atravesando la pubertad y de las influencias inevitables (familia, sociedad) que impactan en el subconsciente (sistema límbico) y que van modelando al futuro adulto y su percepción de la realidad hasta conseguir desligarlo por completo de aquél "buen salvaje" que François Truffaut retrató en su famosa película L'enfant sauvage/The Wild Child.
Afortunadamente, muchos están consiguiendo, no sin el consecuente espanto tras frotarse los ojos, sacarse las adiposas legañas del sueño en que estaban sumidos, al contemplar con estupor la verdadera naturaleza y origen de los acontecimientos que impregnan la impactante realidad diaria de la que cuesta evadirse. Los esquemas mentales que muchos habían asumido como válidos se empiezan a desmoronar…Ya queda menos gente que comulgue con lo que nos sirven los telediarios cada día. Por poner el ejemplo más notorio en lo que llevamos de s.XXI, mucha gente ya duda de que una célula islamista integrista fuera el único cerebro tras el que se hallen los atentados al World Trade Center del 11 de septiembre de 2001. Muchos son los indicios que apuntan a que el millonario Osama Bin Laden no es/fue sino un agente de la propia CIA maquillado tras sus discursos anti-capitalistas, y que el derrumbe de las torres gemelas fue un inside job/false flag, operación encubierta de bandera falsa, orquestada por la inteligencia norteamericana y técnicamente resuelta por los servicios secretos israelíes/Mossad.
Y ahora nos hallamos ante la perspectiva de una inminente nueva guerra contra uno de los vértices del llamado eje del mal. Irán incomoda y es el perfecto chivo expiatorio para todos los miedos que muchos se van a dejar inocular. No dejan de bombardearnos con informaciones sobre inminentes lapidaciones a inocentes mujeres adúlteras que los dirigentes persas tienen previstas dictaminar, y que a veces finalmente se abortan gracias a la intervención magnánima de algún dignatario occidental u organismo supranacional. En general contra la Sharia y el Islam como credo.
Igual que a Rick Steves, el periodista norteamericano que realizó el video incrustado a continuación, cada vez que oigo en los medios de comunicación de masas que se habla mal o se trata de invocar a los miedos más atávicos acerca de un país o civilización, me entran, qué cojones, unas irrefrenables ganas de ir a conocer ese país…
(No me ha dado tiempo a subtitularlo por completo…es muy extenso. Ya lo haré más adelante. Si alguien quiere ayudarme lo agradeceré!)
La primera vez que tomé contacto con el término "Illuminati" fue, lo reconozco, en el cine. El autor del best seller The Da Vinci Code, Dan Brown, me puso sobre la senda de esta organización secreta. Muchas lecturas posteriores me han abierto lo ojos acerca del abanico de sociedades secretas que la humanidad ha visto florecer desde las dinastías faraónicas fueron instauradas en Egipto. Ritos iniciáticos y conocimientos ocultos. Los destinos de la Humanidad dirigidos desde las más altas esferas de la estructura piramidal que dirige los hilos de la realidad de este planeta.
"'Los Illuminati son extremadamente poderosos
y de un estatus económico muy por encima de la
simple riqueza. Creen firmemente ser los guardianes
de los secretos de las eras.
Están convencidos de que la vasta mayoría de la población
mundial no sabría qué hacer con el conocimiento real
y la verdadera realidad de la ciencia. En su menosprecio
por el ser humano y su evolución están convencidos
de que revelar los conocimientos que ellos poseen y
han poseído desde hace milenios, sería como entregarle
un móvil de última generación a un aborígen de las selvas de borneo.
Carecería de sentido. También creen que todo lo que ellos están maquinando
tras las cortinas es en última instancia, para el beneficio
y supervivencia de la humanidad, aunque eso signifique
tener que sacrificar a 2000 millones de personas…" William Cooper
Pero no perdamos el hilo. A fin de cuentas, a pesar de que hayamos sido un rebaño de ovejas manipulado por el pastor de turno (Yahvé, Ra,…), tenemos libre albedrío. Tenemos capacidad de tomar decisiones. Cierto que tomamos muchas veces decisiones verdaderamente "poco adecuadas", pero qué carajo, en eso consiste aprender! La evolución vista desde una perspectiva más amplia. Tomar decisiones y aprender de los errores reconocidos es lo que nos consagra como dignos herederos de los genes que nos arropan. El gran problema consiste desgraciadamente en no reconocer los propios errores…
–Imagino que te refieres a pedir disculpas cuando sabes que te has equivocado.
–Sí. Parecería tan fácil decir "lo siento, discúlpame". Pero el orgullo, ay el orgullo…qué pocas veces oímos decir a nadie "me equivoqué, lo siento" en el calor de una discusión! Y es hasta comprensible, visto el nivel de rencor que arrastramos. Todos queremos tener la última palabra, todos necesitamos que nos escuchen, que nos alaben, que nos reconozcan, que nos adulen. Sin duda solo es capaz de disculparse quien quiere evolucionar.
Y disculparse con aquellos a quienes honestamente reconocemos haber herido solo es una parte del sano ejercicio de humildad.
Sobretodo se trata de disculparse a uno mismo.
Estábamos acostumbrados de pequeños a "tener que" pedir perdón (a regañadientes generalmente) por haber herido (física o moralmente) a un compañero de colegio. Papá o mamá se sentían incómodos o pasaban vergüenza demasiado a menudo si "meábamos fuera del tiesto". Aprendimos a pedir perdón por cualquier ofensa (probablemente no era tal) y prometíamos no volver a hacerlo. Los mayores siempre necesitan dirimir en las disputas entre niños (intelecto obliga). Pero como adultos no les enseñamos a "disculpar-se". Dis-culparse, consiste, tal como la forma verbal explica, en desproveerse uno mismo del lastre de la culpa. Es decir, de la losa que soportamos por haber incomodado a quien quiera que fuese con nuestro "comportamiento vergonzoso". La culpa, si no se libera, atenaza e inmoviliza. Somos inculpadores de gatillo fácil, pero no sabemos disculparnos. Esencialmente porque no nos queremos y porque no reconocemos en nuestro fuero interno que arrastramos a una víctima desde la infancia que solo nosotros, ya como adultos, podemos liberar y sanar. La responsabilidad nos incomoda. Y no porque no nos hayan enseñado a ser responsables, sino porque , en la mayoría de los casos, tuvimos que serlo a edades demasiado tempranas.
"Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa…por eso ruego a santa Maria, siempre virgen (of course), a los ángeles, a los santos y a todos vosotros hermanos que intercedáis por mi antes Dios Nuestro Señor, etc., bla, bla, bla,…"
(Extracto del Acto de Contricción de la tradición católica. Es curioso me lo se de memoria y la última vez que lo escuché allá por 1981)
La vergüenza se cernirá algún día sobre la iglesia que Constantino instauró en el Concilio de Nicea (y no únicamente sobre los pederastas actualmente confesos).
"Imaginad que hay una guerra y que no vamos".
Estoy fírmemente convencido de que un renacer en la esencia de nuestra naturaleza como raza está muy cerca de plasmarse. Un nuevo día en que los hombres de la tierra, sin distinción de raza, sexo, credo, se mirarán unos a otros con nuevos ojos. Ese nuevo día se ha estado cocinando desde hace aproximadamente 20 años. El gran escenario del mundo tal como lo conocemos va a caer y un despertar a una nueva consciencia va a ser inevitable. Abandonaremos este etapa infantil y adolescente en nuestro desarrollo como especie a la que hemos estado supeditados desde más de 10000 años. NO se trata de esoterismo o premonición. Es un hecho irreversible, y debe ser visionado y vivido en toda su magnitud como un verdadero nuevo amanecer para la humanidad. Un grandioso acontecimiento del que todo el que acepte arrodillarse y glorificar va a ser testigo de excepción. Un momento único en la historia que merece la pena presenciar.
¿A qué responde tanto caos en todos los órdenes de la vida? ¿Por qué tantas facetas de nuestra existencia como fraternidad están siendo puestas en entredicho, dadas la vuelta como un calcetín que no acepta más remiendos?
Solo es posible hallar paz entre tanto caos si uno es capaz de observar los acontecimientos desde una PERSPECTIVA más amplia. Lo que está sucediendo obedece a una etapa de nuestro crecimiento que está siendo dada por concluida. Es como el fin de la enseñanza secundaria. Imaginad que estamos en época de exámenes antes de terminar el bachillerato. Unos (los menos, por desgracia) acuden a los exámenes con los temas bien estudiados, confiados en que han aprovechado bien el tiempo que se autoasignaron para llegar a este momento. Otros tratamos de dar el último empujón, tratando de no perder el tren. La mayoría, sin embargo no se ha percatado de la relevancia del momento y tratan de continuar divirtiéndose y evadiendo la responsabilidad…
No soy amigo de vacías expresiones grandilocuentes, por lo que estas palabras bien pueden ser tomadas como una estricta descripción de un escenario próximo.
Mientras tanto, ¿qué hacer?
Sea lo que sea aquello que des a la vida, te será devuelto. Quien siembra vientos recoge tempestades. Quien reparte amor, lo recibe en abundancia. No odies a nadie, pues alimentar ese sentimiento tendrá consecuencias. Permanece con los tuyos sin excusas. Entrégate y ofrécete. Exprésales tu amor por ellos, tratando de pasar el máximo de tiempo posible con tus hijos, y en general manifiesta amor hacia cualquier forma de vida y hacia ti mism@.
Dejar de tener expectativas fundamentadas en necesidades antiguas y dar rienda suelta a la creatividad y espontaneidad del niño/a que todos llevamos dentro y que lleva encadenado a la tiranía de lo acostumbrado. Sin miedo. No somos humanos buscando una experiencia espiritual, sino seres espirituales experimentando la experiencia de vivir como humanos. No temas al cambio. Disfruta del camino mientras experimentas los cambios constantes que se operan en ti, desde niveles celulares hasta tu perspectiva consciente de la realidad.
Si no tienes a quien llamar familia de verdad (aunque la tengas legalmente) desde HOYxTI te ofrecemos una modestísima vía para que, siendo consciente de la dimensión del tiempo que te ha tocado vivir, desees ejercer de testigo ACTIVO, actuando del único modo que dignifica al Ser Humano (si es que a alguien aún le conmueve esa descripción): Dando. HOYxTI nació para que todo el que esté capacitado para darse a los demás, desde la abundancia, pueda hacerlo. También es un cauce válido de expresión para todo el que quiera rendirse al ritmo de la vida y ofrecerse pacífica y armónicamente con cualquier ser que le abra los brazos. Un lugar para disfrutar de la reciprocidad desde la satisfacción que confiere el saberse poseedor de una moneda valiosísima e imposible de devaluar. Una moneda de valor constante e inalterable, tal como fue considerado el oro desde hace milenios: El tiempo.
Sin expectativas, sin esperar nada a cambio, mientras uno da de corazón, todo llega. Y llega multiplicado. Comprobado. Por lo demás dar es la esencia de nuestra naturaleza. El ser humano se realiza dando. Dar es el mejor modo de actuar mientras espera a que los acontecimientos cósmicos que cíclicamente tienen lugar se manifiesten. ¿Suena grandilocuente? Mira al cielo esta noche y toma conciencia de la cantidda de puntos luminosos que observas en el cielo. Cada uno de ellos puede ser un sol que alberga un sistema planetario. Y el nuestro es de los más pequeños…
Decía Abraham Lincoln:
"I am not bound to win, but I am bound to be true. I am not bound to succeed, but I am bound to live up to what Light I have."
"Mi meta no es la victoria, estoy aquí para manifestar mi realidad. No he nacido para tener éxito sino para manifestar la luz que soy".
Un mensaje para quien crea que la felicidad radica en conseguir éxito en todos los órdenes de la vida. Dejémoslo ahí. Que cada cual extraiga su conclusión. Todos tenemos un camino que recorrer. Cada cual lo hará a su tiempo. Lo único que necesitamos es ser tolerantes con lo diferente. Y si alguien (gobiernos, bancos, iglesias…) se muestran interesados en estimular tu desconfianza hacia el diferente, simplemente no les hagas caso. Su trabajo (inconsciente) es ese: poner a prueba tu confianza en tu luz. Vibra y resuena en armonía con tu luz y nada de lo catastrófico que está por llegar te afectará.
Luz, Paz y Comprensión.
"ALL WE ARE SAYING IS GIVE PEACE A CHANCE"
Todo lo que decimos es dale una oportunidad a la paz.
(A partir del minuto 4…)
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