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jueves, 14 de octubre de 2010

De víctimas y culpables

Julián, el padre de un amigo tenía unas creencias religiosas muy fuertemente arraigadas que le impedían percibir la realidad objetivamente. Estaba convencido, por ejemplo, de que el holocausto nazi, fue un castigo que los judíos se habían ganado por ser unos usureros y por haber crucificado a Cristo. A pesar de que sabía que el imperio financiero del magnate judío Juan March se había cimentado en las actividades ilegales de contrabando y de que una de las estrategias de blanqueo de los capitales acumulados fraudulentamente consistió en financiar a las facciones enfrentadas durante la 2ª guerra mundial, Julián confiaba sus depósitos en la que decía era la entidad financiera más solvente.

¿Espíritu contradictorio o simplemente fatalismo determinista?


Está visto que parecemos empujados por una misteriosa fuerza a oscilar si parar entre los polos opuestos a la hora de observar los acontecimientos; a posicionarnos, ya sea a favor o en contra de cualquier situación que aparezca en el camino y a convertirnos en acérrimos apóstoles de la tendencia que hallemos más convincente a nuestro escéptico escrutinio:


- derechas-izquierdas

- Religión-Laicidad

- empresariado-proletariado

- monarquía-república

- oriente y occidente

- Barça-Madrid

- PSOE-PP

- Jueces-fiscales

- UGT-CCOO

- CIA-KGB

- Mossad-Al Qaeda

- Obama-Bush

- Cristianismo-Islam

- omnívoros-vegetarianos

- te quiero-te odio

- bueno-malo

- justo-injusto

- Belén Esteban - resto del mundo

-


Juzgar y culpabilizar a alguien por pertenecer a una facción 'opuesta' a nuestras convicciones denota una carencia de perspectiva de la que todos adolecemos en algún momento y medida. Hacer lo mismo con cualquier generación, sea la propia u otra precedente, por el estado en que se hallan los asuntos del mundo, no tiene, sin duda, ningún sentido. Primero porque intrínsecamente no resuelve ni conduce a la resolución de ningún conflicto, y segundo, porque echar la vista atrás con la única intención de encontrar chivos expiatorios (por lo general ya fallecidos) a los que cargar con el mochuelo de las desgracias presentes, suele ser una actitud muy recurrente en los humanos que inconscientemente alberga el propósito de eludir las propias responsabilidades acerca de la situación actual, bloqueando la capacidad de enfrentarnos con el potencial interno para sanar dicha situación. Hay quien, en su despropósito, tiene la osadía de culpar incluso a los jóvenes ("ya no tienen respeto por nada ni por nadie", dicen) del caos actual.


Recientemente el actual presidente de los Estados Unidos de America, Barack Hussein Obama ha pedido disculpas a Alvaro Colom, presidente de Guatemala por el infame estudio genético que la Casa Blanca desarrolló entre 1946 y 1948, durante el Gobierno de Juan José Arévalo Bermejo consistente en la inoculación de enfermedades de transmisión sexual.

"Lamentamos profundamente que esto haya sucedido y ofrecemos nuestras disculpas a todas las personas que resultaron afectadas por esas abominables prácticas de investigación", señala el lacónico comunicado de la secretaria de estado Hillary Clinton.






Si bien los experimentos han sido considerados como crímenes de lesa humanidad, la administración guatemalteca considera que la franqueza al 'pedir perdón' refuerza las relaciones bilaterales.

Hace 12 años el Vaticano redactó un documento en el que se disculpaba oficialmente por su connivencia institucional con los autores del genocidio antisemita.

En ambos casos se trata de una manera 'elegante' y políticamente correcta de congraciarse con un gobierno extranjero y con su populacho (así piensan ellos de nosotros) y, al tiempo, maquillar su imagen con un halo de pseudo-honestidad. De la medida de nuestro enfado extraen la cantidad proporcional de golosinas que consideran suficientes para seguir manteniéndonos con la cabeza agachada.

Criticar a quien te ha precedido cronológicamente en la institución que representas es una actitud demasiado recurrente en los cargos públicos de relevancia, y no es en absoluto síntoma de sabiduría. Para desinflar lo suficiente el globo de la rabia contenida por los 'corderos' desencantados con sus 'pastores', tan solo se requiere astucia, una cualidad que comúnmente hallamos entre los grandes depredadores del reino animal. Algo de lo que se despojaron hace tiempo los espíritus elevados.

Sin embargo este argumento hace aguas por todos los lados. Muchos estamos atreviéndonos a decir sin rubor, que el emperador va desnudo. Y a fe que, guiados por el sabio y recuperado niño interno que nos guía, nos reímos a mandíbula batiente.


Tras cualquier juicio de valor emitido irreflexivamente subyace el sello inequívoco de lo experimentado en la tierna infancia infancia. Nadie puede desligarse o renegar de la influencia que para bien y para mal nuestra familia ha ejercido en cada uno de nosotros. Pretender no estar repitiendo algunos de los patrones de comportamiento de nuestros progenitores, sin haber antes expulsado (o hallarse en el proceso de expulsar) a los demonios internos que permitieron la manipulación ocurrida en una etapa tan permeable de nuestra vida es doblemente ilusorio.


Me nutre más observar los acontecimientos desde una perspectiva más amplia. En este sentido siento, al igual que muchos otros, que todos somos como los actores de una gran obra teatral (devenida en tragicomedia sin duda) en la que cada uno representamos un rol clave –que pensamos que 'nos ha tocado interpretar' aleatoriamente– en función de nuestras dotes interpretativas y de nuestro entorno (familiar, geográfico, cronológico…) que nos tocó en suerte. Con la salvedad de que esta obra lleva durando, con sus altibajos, casi 2 millones de años (el tiempo que los estudios más ajustados otorgan a la existencia de primates-homínidos en la Tierra) y de que parece no existir ningún guión previo que pudiese haber inspirado al director de escena.


Este inicio de milenio es ciertamente un tiempo extraordinariamente caótico. Parece como si todo el frenesí tecnológico acumulado durante los últimos 250 años (desde la revolución industrial) haya desencadenado, desde más o menos 1950, una verdadera orgía y desenfreno especulativo que está desembocando en el mayor crisis de identidad humanitaria que el ser humano, como especie, haya conocido a lo largo de su historia. Ya sabes que uno de los factores que precipitó la caída a los infiernos fue el invento del dinero-deuda (ya sabes, el dinero que no existe, creado de la nada), pero ya no solo se trata de las finanzas mundiales. Hay muchos frentes abiertos, muchas heridas mal curadas, muchos diques precariamente construidos (afortunadamente) que ya no pueden contener la avalancha de insatisfacción y frustración.


"…muriendo cada uno en la vida del otro, viviendo cada uno en la muerte del otro, Girando siempre una rotación dentro de otra…" Heráclito de Efeso


En un mundo dominado necesariamente por la dualidad, el enfrentamiento de las tesis contrapuestas nos ha nublado el entendimiento a nosotros los voluntarios actores de este maravilloso campo de experimentación que es la vida en la tierra, hasta el punto de creernos que somos el personaje que estamos interpretando. Y como actores provistos de la correspondiente máscara optamos por alguno de los papeles (hombre o mujer, bueno o malo, rico o pobre, tirano o esclavo), abrazando así alguna bandera –diferente de la de la genuinamente nuestra– por la que hubo que optar al presentarnos al casting de la vida…eran las condiciones. A fin de cuentas este es un mundo de por si influido por las polaridades: Si no estuviéramos nunca enfermos, no entenderíamos lo que es estar sano. Si no tuviéramos nunca hambre, no sabríamos apreciar estar saciados. Si no hubiera nunca guerra, no sabríamos valorar lo paz , y si no hubiera nunca invierno, no nos daríamos cuenta de la primavera. Experimentar los extremos y todos los matices intermedios es ciertamente algo enriquecedor, siempre que de ello se extraiga un aprendizaje, una síntesis. De lo contrario existe la posibilidad de caer atrapado en el zarandeo de las polaridades.


Sé que tengo tendencia a dejarme llevar por argumentos metafísicos a la hora de observar lo que sucede (y quizá esta perspectiva pueda molestar a alguien, por eso pido perdón con antelación y así me curo en salud), pero a riesgo de parecer repetitivo, siento que mi mensaje, el que os trato de comunicar a todos los que leéis alguna vez estos posts, es que este mundo no es más que una escenografía, una ilusión, una pseudo-realidad comparada con lo que sentimos que es la VIDA de verdad, aquella que algunos iluminados, Maestros que nos precedieron, trataron de recordarnos. Y digo recordarnos porque el pensamiento colectivo tiende a empujarnos a creer que nos falta algo por aprender, algo que nos ayudará a convertirnos en lo que aún no somos. Quizá podría ser que la confusión radique en que hayamos olvidado algo, algo que siempre hemos sabido y que a duras penas conseguimos vislumbrar y descifrar de nuestros sueños y pesadillas.


Sin desmerecer la experiencia que tenemos cada día al levantarnos y emprender nuestras rutinas diarias, y sin tratar en absoluto de huir de ella o de abominar acerca de ella, tengo una fuerte sospecha (por no decir la firme convicción) de que esto que nos sucede 7 días a la semana, 24 horas al día, no es VIVIR. Que a lo que llamamos Vida –pero de lo que todos nos lamentamos como si se tratase de un invento fallido, un electrodoméstico que ha venido sin manual de instrucciones, una reserva de hotel mal contratada y que nos obliga a pernoctar sin solución de continuidad en la pensión contigua hasta que la habitación que se suponía que nos había tocado en el sorteo de Carrefour se vacíe– no es sino algo parecido a un mal sueño.


Cuando estudiaba literatura en la escuela y conocí "La vida es sueño" no me dí cuenta del calado de la afirmación de Calderón de la Barca. Ahora todo empieza a encajar y las piezas del puzzle delatan lo aplastantemente lógico de tal afirmación.


Cuando salgo a pasear con mi hija y disfrutamos de la naturaleza y de la armonía que los procesos naturales de la Tierra desprenden, me cuesta aceptar que los escenarios caóticos provocados por el hombre, sean como uno de esos platos principales que, tras el soberbio aperitivo de una puesta de sol espectacular (o una sobrecogedora tormenta con aparato eléctrico, o la sonrisa de un niño…) vienen en la carta de este enorme restaurante que es la Tierra (si se me permite el símil culinario). Una de dos o el Chef no ha sabido equilibrar el aporte nutritivo de su carta o el plato sufre alteraciones desde que sale de la cocina hasta que se le sirve al comensal.

No, me digo. La fotosíntesis es algo maravilloso que sucede sin que el hombre intervenga, verdad?, y sin embargo el 5 de agosto de 1945, explotó una bomba atómica de 20 kilotones en Hiroshima que marcó un punto de inflexión en la furibunda carrera del hombre hacia su inconscientre aniquilación.

Evidentemente hay algo que no funciona. Y curiosamente allá donde la cosa huele mal, el hombre ha dejado sus huellas.


¿Qué es lo que no funciona?

¿Por qué somos incapaces simplemente de convivir? ¿Qué es lo que nos impide resolver los conflictos o las naturales discrepancias (fruto de la natural diversidad) de otro modo diferente al del enfrentamiento? Si bien los animales (hasta ahora) se rigen por los instinto propios de su nivel evolutivo (básicamente supervivencia –miedos atávicos, hambre, procreación,…) no deja de haber un cierto equilibrio en la vida de nuestros hermanos animales y plantas. Pero se supone que los humanos estamos dotados de libre albedrío para tomar decisiones, aun en los casos más extremos. Y sin embargo seguimos fuertemente vinculados a las bajas frecuencias, al instinto animal. Es como si condujésemos el Ferrari de Alonso pero nunca hubiésemos caido en la cuenta de que tiene 6 (?) marchas, y no hemos pasado de la 2ª marcha desde que nos lo regalaron. Sería para frustrarse…(de nuevo pido disculpas, sobretodo a los activistas ecologistas, por el símil que no pretende ser otra cosa que ilustrativo).


Dicen –aquellos que apoyan las tesis de Al Gore, todo el establishment incluido– que nos hemos cargado el Planeta y que 'tenemos que salvarlo'. A parecer somos culpables del daño al medioambiente. Y tenemos que 'pagar' los platos rotos por ello. Por supuesto que en este caso, a diferencia del anteriormente mencionado, nosotros sí debemos asumir la responsabilidad de quienes se 'han cargado' la capa de Ozono antes incluso de que naciéramos. Ellos se encargarán de recaudar (ardua tarea verdad?) la multa que aceptemos nos impongan, igual que otros pasaban el cepillo en el que pudiésemos abonar el precio por las bulas y liquidar nuestra redención por el pecado original que se inventaron.

Sencillamente yo no estoy de acuerdo. No me creo ni una cosa ni la otra. Y no es que quiera hacer oidos sordos o permanecer ciego frente a los desmanes y atentados que la biosfera sufre cada día. Que tire la primera piedra quien haya siempre reciclado en el contenedor adecuado los insignificantes desperdicios que genera el multitudinario cumpleaños de tu popular hijo de 7 años. No. Todo eso sucede y está muy mal. Caca. Por supuesto que los perros tienen que mear en el pipi can diseñado ad hoc, ilustrísimo señor alcalde. Pero dicho esto, siento que la Tierra no es simplemente ese pedrusco inerte al que nosotros, los hombres (y algunas mujeres, aunque de esto el género femenino tiende a salir indemne) hemos ocasionado un daño irreparable en los larguísimos 250 años (!) que van desde que James Watt inventase la máquina de vapor, hasta que a alguien se le 'olvidase' por un lamentable descuido, reforzar los cimientos del pozo petrolífero submarino del Golfo de Mexico en 2010.


Por ignorantes que insistamos en mantenernos, es bueno recordar, de vez en cuando que la Tierra tiene, por lo menos, una edad aproximada de 4500 millones de años. No hace falta explicar que la naturaleza de nuestros 'atentados' a la Pacha Mama solo pueden compararse con el efecto provocado por una picadura de un mosquito sobre la piel de un Mamut (y me quedo corto en la comparación). Con todo este precioso planeta azul que nos cobija, está reclamando ya su lugar, como ser vivo que es, en el Olimpo de nuestras preferencias afectivas.


De lo expuesto se deduce que nadie es culpable ni nadie es víctima. Prefiero abogar por la 3ª vía, la que postula, como los sofistas, que la realidad observada siempre está distorsionada por el color del cristal con que se mira. ¿Quiere esto decir que existe una realidad que no hemos querido percibir ? No exactamente. Con mucha probabilidad lo que sucede es que hemos olvidado, a fuerza de creernos el papel que interpretamos en esta obra –que parece no vislumbrar un desenlace en el horizonte–, que somos el personaje que interpretamos. He aquí el quid de la cuestión.

No creo que se trate de víctimas o culpables sino una cuestión de ignorancia acerca de la realidad subyacente bajo el velo de la Ilusión. Ciertamente que la ceguera provocada por esta situación nos ha traído confusión y dolor, causantes de enfrentamientos y agresiones, de los que se han aprovechado quienes sí conocen la realidad de esta escenografía y se han asignado el rol de propietarios del teatro. Los mismos que cobran la entrada a los espectadores y mantienen esclavizados a los actores a pan y agua.


Ah, por cierto, para no dejar ningún fleco, los espectadores son parte del elenco de actores. Permanecer en las butacas no exime de interpretar un papel igualmente trascendente…









Lo dejo ahí, de momento, que me caigo de sueño…(03:40 AM)
un fuerte abrazo

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