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domingo, 11 de noviembre de 2012

Vida antes de la vida (1.1)

Durante la gestación y los primeros críticos meses (lactancia) de la vida de un bebé, la madre descarga en su criatura un inmenso caudal de su propia neuroquímica. Su estado general produce inequívocas alteraciones por vía hormonal que afectarán al bebé, quizá durante el resto de su vida. Si durante el embarazo la madre gestante está, por ejemplo, deprimida, las hormonas cambian. Si la madre está ansiosa, las hormonas cambian. Hoy sabemos que el feto alimenta y acumula ya, expectativas respecto de la vida extrauterina. Expectativas basadas en el impacto hormonal recibido durante la gestación. Si lo inoculado por medio de la transferencia hormonal es serenidad, aceptación, alegría, paz, equilibrio, todo eso será lo que espere hallar el bebé tras nacer. Si lo experimentado es, por el contrario, estrés y desasosiego, entonces ansiedad es lo que esperará econtrar tras el nacimiento. La fisiología y neurología completa del feto se adapta a los estados de la madre. Dentro del útero, el bebé reacciona frente a lo que no es sino el más importante de los entornos que experimentará durante su vida. Esa es la razón por la que un vínculo afectivo amoroso entre la madre y su bebé es de tan crucialmente importante.

El amor entre un progenitor y su bebé toma sin duda muchas y diferentes formas, pero, esencialmente, sin duda radica en la satisfacción de las necesidades del bebé. Y entre dichas necesidades se encuentra la adecuada provisión de oxígeno y nutrientes durante el periodo de gestación. La falta de amor hacia el feto le privará, como explicaré, de los nutrientes esenciales para su adecuado desarrollo. Esta privación adoptará muchos patrones y cambios a medida que la criatura se desarrolle. Sn embargo y en todos los casos, se convertirá en la base sobre la que construirá su personalidad.

A menos que creamos que la vida intrauterina no tiene ninguna relevancia en nuestras futuras vidas (lo cual esquivale a desestimar la considerable cantidad de evidencias acumuladas durante la primera década del siglo XXI), no debemos ignorar este periodo de la vida. El niño tendrá necesidades emocionales tras el nacimiento, que posteriormente tomarán forma de necesidades intelectuales. Toda necesidad tiene un calendario, un lapso de tiempo dentro del cual se manifiesta y precisa ser satisfecha. Esta es una ley biológica básica. Significa que cualquier intento de satisfacer necesidades fuera del marco de esa ventana carecerá totalmente de efectividad y dejará al niño sumido en su carencia. Y por mucho que ese niño, convertido quizá ya en un adulto, trate -que lo hará- de satisfacer a lo largo de toda una vida esa concreta necesidad, no estará sino concediéndose una compensación más simbólica que real, puesto que la ventana crítica mencionada habrá pasado. Aquí debo hacer una salvedad: el amor recibido posteriormente puede mejorar, y de hecho alivia, el impacto de dolor tempranamente grabado, pero no puede borrarlo. Únicamente revisitando (reviviendo) borramos la huella por completo.

Un recién nacido necesita contacto físico. Cuando ese deseo no es correspondido y satisfecho, cualquier caricia recibida a la edad de 10 años será sin duda bien recibida, pero no biológicamente satisfactoria. La necesidad inicial de ser tocado pasa de clamar por ser satisfecha a boicotearse autoreprimiéndose. Es una estrategia defensiva de supervivencia. Una vez bloqueada la expresión de la necesidad, desde esta óptica, el amor antes incuestionado, pasa a ser considerado como una quimera, incluso algo totalmente inviable. Una perspectiva que puede durar toda la vida. Para recuperarnos de esa censura necesitamos atravesar esa "noche oscura del alma" e ir al pozo de las vergüenzas para desenterrar esa necesidad básica, de modo que, como adultos, podamos recuperar la salud emocional entregada en usura y realizarnos como Seres humanos.

Necesitar, es un rasgo distintivo básico en todo ser vivo y particularmente crucial en el Ser Humano. Conectar con ello debería constituir el eje central alrededor del que pivote cualquier tipo de psicoterapia. Y es que allí donde las necesidades básicas no han sido satisfechas, la neurosis se abre fácilmente paso. Hemos descubierto, por ejemplo, que la privación muy temprana de necesidades básicas se halla tras la adicción, por ejemplo, a las drogas. Cuanto más temprana fue la necesidad, más esencial e imperativa era su satisfacción para nuestra supervivencia y, por lo tanto, más dolorosa la experiencia de vernos obligados a privarnos de ella. El dolor se equipara con la urgencia de satisfacción. Es por ello que la satisfacción de las necesidades intrauterinas es, desde cualquier ángulo que se observe, un asunto de vida o muerte.

Ser amado significa tener un nacimiento adecuado, sin que la madre (y consecuentemente el feto) padezcan las grandes dosis de anestesia que condenan el suministro de oxígeno al ser que va a nacer. Más aún, ser amado significa que la madre esté durante ese periodo, libre de angustia y depresión, puesto que su fisiología (consecuencia de su estado emocional) es prácticamente el de su bebé. Y no solo momentaneamente. Lo será para toda la vida. Un estado fisiológico que no es estrictamente hereditario, sino que consiste en la experiencia asentada sobre la genética, lo que los investigadores denominan la Epigenética, término acuñado en 1942 por Conrad Waddington. El cómo hemos sido nutridos en nuestros primeros años, incluida, repito, la existencia intrauterina, es al menos tan importante, si no más, que la misma herencia genética.

Tal como se revela, el amor no es tan efímero como pudiésemos pensar. Las consecuencias físicas de no haberlo podido experimentar son duraderas. Y ahí reside la fricción. Nos hallamos ante errores (pecados los llaman algunos) de omisión, una ausencia de atención (no un exceso de presencia, ese llegará posteriormente, cuando no sirva ya para reparar lo causado). Por eso son tan difíciles de rastrear y precisar. Investigaciones recientes demuestran, no obstante, que es el hemisferio cerebral derecho, en un acto de sincronicidad, el que 'esculpe' la cabina de mando desde la que se gestionan los sentimientos del bebé. Describir esto con palabras no es fácil, pero trataré en los capítulos siguientes de destramar la red de ignorancia que se asienta al respecto. Cuando una madre no es amorosa con su bebé, cuando su abrazo y caricias no son suaves y cálidos, está, sin darse cuenta, dando forma (esculpiendo) un tipo diferente de estructura sentimental en el cerebro de su bebé. Esto es particularmente cierto en lo que concierne al hemisferio derecho (el primero de los dos en desarrollarse), allí donde las dolorosas o amorosas huellas iniciales de interacción con el entorno son grabadas. Y el primer entorno del bebé no es otro que su madre (o la ausencia de ella. Nada puede reemplazarla). Los dos hemisferios tienen atribuciones diferentes. El derecho es más global, capaz de sobrevolar una perspectiva más amplia de las circunstancias, mientras que el izquierdo se concentra en mayor medida en los detalles, trabaja paso a paso, una cosa después de la otra. El cerebro derecho está en sintonía con los matices y sutilezas no captables con el pragmatismo intelectual. El izquierdo se decepciona fácilmente, careciendo de una base de sentimientos a los que acudir. Aunque la mayor parte de lo que nos sucede durante la gestación sea registrado en el cerebro derecho, las psicoterapias cognitivo-conductuales, todavía hoy muy en boga, utilzan al cerebro izquierdo para acceder a los sentimientos. Sin duda un proceso nada efectivo. Se sigue avanzando en la dirección equivocada. Si queremos comprender a nuestros ancestros primordiales no podemos enfocarnos exclusivamente en el presente. Si queremos verdaderamente comprender y sanar comportamientos neuróticos, no podemos dejar desatendida a nuestra historia. El cerebro izquierdo no sabe nada del sentir. El cerebro derecho lo sabe prácticamente todo al respecto. Cualquier terapia precisa atender en primer término al cerebro derecho, hablándole en su 'propio idioma', y tan solo hacer uso de la comprensión intelectual en la fase final del tratamiento. Es decir, el aborde izquierdocerebral sigue (y no precede) al aborde de los sentimientos. Tal como dicta la evolución, los sentimientos van antes que el pensamiento.

Título original: Life before birth. The hidden script that rules our lives. Autor: Arthur Janov.




"De todos los médicos filósofos franceses que se convirtieron en psicólogos (Janet, Dumas, Blondel), Henri Wallon es sin duda el más médico, es decir el que asignó mayor importancia al cuerpo como sustrato de la vida psíquica. A partir de su tesis de Doctorado en Letras,« L’enfant turbulent», en 1925, hasta sus últimos artículos, sigue sosteniendo la misma tesis: el niño ingresa a la vida psíquica por la emoción, ella es la que inserta al individuo en la vida social, preludio de la representación y el lenguaje. Para Wallon, la sociabilidad no se adquiere, es innata, de carácter biológico y halla su primera manifestación en la emoción, que está en el origen de la conciencia de sí y de la experiencia del otro.



No tener más testigo que uno mismo para sus propias emociones basta a menudo para hacerlas abortar. El niño que se cayó grita de dolor o de miedo sólo si sabe que lo oyen; en cambio si sabe que no lo escucha nadie, deja de llorar de inmediato. En soledad, la rabia se manifiesta poco y dura menos. Los sollozos crecen o vuelven a aparecer en cuanto se acercan personas sensibles, o sólo al pensar que saben o se enterarán de nuestra pena. "

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