-Creo que he cometido algunos errores con algunas personas en mi
vida. Y por mucho que intento dejar atrás el remordimiento, la culpa,
ésta me persigue; hasta en los sueños...
-¿Has probado a disculparte?
-Sí, ya les he pedido perdón. Pero ¿cuántas veces hay que pedir perdón para que sea efectivo?
-Hasta que sientas que ya es suficiente. Hasta que estés en paz. No se trata de cantidad sino de calidad.
-Ya, pero cuándo sientes que es suficiente? Las personas a las que hice
daño me han retirado el saludo. Yo ya me digo que ese es su problema;
pero es que...
-...la culpa te persigue hasta en tus sueños. Quizá
lo que suceda es que no te hayas disculpado contigo mismo. Quizá estés
escabullendo esa responsabilidad.
-¿Conmigo?
-Claro. En todo
error cometido hay dos partes afectadas: la víctima y el causante. De
hecho ambos sois víctimas. Y ambas mereceis, debeis ser perdonadas. Lo
ideal es que sea recíprocramente...Pero si, cuando pides perdón, aquél a
quien heriste no te disculpa, o lo hace de boca, pero de hecho actúa
como si no te hubiera perdonado (queda resentido, ese es efectivamente
su problema), entonces la situación sigue quedando 'coja', irresuelta,
por tu parte. Si no la atiendes se instala en tu subconsciente. Y tus
pesadillas son una de las habitaciones preferidas donde se refugia.
Tu mereces ser perdonado también. ¿y qué mejor perdón que el que
provenga de ti mismo? De hecho es muy probable que ellos no te perdonen
hasta que tu no lo hagas contigo mismo. El cielo tiene esas cosas...Y
ésas son las disculpas más difíciles de dar, o de aceptar según se mire.
-¿Y qué hago? ¿me digo a mi mismo 'me perdono'? o ¿'te perdono'?
¿Cuándo sabré que me he perdonado?¿cómo sabré que el perdón ha tenido
efecto?
-Sólo cuando hagas las paces contigo mismo. Para eso debes
descender al pozo de tus lamentos. Sólo alli encontrarás los motivos
razonables, las causas justificables que te condujeron a obrar
hirientemente con tus semejantes. Cuando descubras que detrás de tu
violencia hay verdad, que tenías motivos sobrados para tu irascibilidad y
los afrontes (caiga de su pedestal quien deba caer) con tus sanadoras
lágrimas, sólo entonces quedarás en paz. Pero esa paz está tapada por tu
intelectualidad, por infinitos argumentos y tu capacidad analítica que
necesita sopesar permanentemente pros y contras, juzgar, etiquetar.
Tienes un arsenal bien armado de excusas para no afrontar la esencia del
desasosiego cronificado, el que te empuja a herir a tus semejantes, a
ir escupiendo a diestro y siniestro (sobretodo a siniestro). Y las
excusas se amparan en el miedo, el pánico a no sobrevivir cuando
enfrentes lo que se esconde tras ellas. En el fondo tienes terror a ti
mismo, a lo que pueda sucederte cuando descubras lo que oculta tu
violencia, a tu reacción. Y no es en vano, pues esa reacción te es
totalmente desconocida. Con razón tememos solamente aquello que
desconocemos..
La buena noticia es que es más terrorífica la idea
que tu miedo imagina que lo que realmente se oculta tras el velo que
has fabricado para ocultar aquello de lo que te avergüenzas.
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